El humo se cuela por la canal del Texu como un río espeso, cubriendo de cobre el horizonte. En Bulnes , el silencio es tan extraño como inquietante: terrazas vacías, puertas cerradas, un eco apagado que recuerda más al invierno que a un domingo de agosto. Aún no han dado las tres de la tarde y, entonces, aparece él. Mochila al hombro, paso firme, como quien regresa de un viaje secreto. Alfonso Núñez no sabe que Asturias arde. No ha visto las noticias, ni ha escuchado la alarma. Camina entre la ceniza como si el fuego fuese un rumor lejano, ajeno a la urgencia que había vaciado el corazón de los Picos de Europa.

"No hay nadie" , dice, mirando al cielo en el que se mezclan las nubes y el humo. Su destino: el refugio Jou de los Cabrones, el mismo del que, en esa misma mañana de domingo,

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