En la calle Tallers había una librería de viejo. Yo vivía enfrente, pasaba a menudo por la librería. En las mesas de la entrada había un montón de novelas de una colección de Seix Barral de los años setenta, cada una de las cuales con una faja que llevaba, como reclamo publicitario, la siguiente frase: “¿Existe una nueva novela española?”

Se suponía que aquellos libros eran la respuesta afirmativa: sí, existe, y nosotros somos la prueba.

Aquellos libros, la mayoría de autores ya olvidados –hablo de finales del siglo pasado–, permanecían allí, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, envejecidos e intonsos, demostrando que en caso de que efectivamente existiese una “nueva novela española”, nadie la leía. Al lado, muchas novelas policiales de tercera categoría, escritas por auto

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