Tapeando, me topo en el barrio con el profesor Enrique Cerdá, creo que nacido en Guadix. Nos acabamos reconociendo, aunque nos habremos visto tres veces. En una de ellas, por alguna azarosa circunstancia, compartimos taxi una señora, él y yo a medianoche, de vuelta de un multitudinario acto de esta casa.

En la noche por fin compasiva de este castigador verano, da gusto conversar –apenas unos minutos, en dos breves entregas– con quien la docencia durante décadas y la dilatada indagación científica te regala en su discurso precisión, pasión y sapiencia; con la pizca de pimienta soberbia que suele adornar a las inteligencias cultivadas. Con todo, sabe escuchar al contertulio de ocasión, y reírse con él.

En aquel trayecto, me dijo algo que no supe poner en pie durante tiempo, y eso me traía

See Full Page