Son los discursos xenófobos los que socavan esas tradiciones que decimos proteger
En la escuela fui la rara oficial. Dentro de mi cabeza hervían ideas que yo creía fabulosas, pero aburrían a los demás. Era torpe en las conversaciones relajadas, nadie entendía mis chistes, tenía gustos estrafalarios y parecía condenada a no encajar. Por ser extraña, pagué el peaje del acoso escolar. Nacida en la misma ciudad de mis compañeros, compartíamos idioma, costumbres, inmadurez y series de televisión. No había choque de civilizaciones, la rareza era vocacional: de mayor quería ser ciudadana excéntrica.
Aquellos años vienen a mi cabeza cuando oigo decir, quizá a las mismas voces de mi infancia asediada, que los extranjeros ponen en peligro nuestro ser y tradiciones. Por lo visto, alguien olvidó e