En esta ocasión, el hasta ahora inusual –por su nefasta intensidad– maleficio de los tres 30 de la emergencia climática (temperaturas superiores a 30 ºC, vientos retroalimentados superiores a 30 km/h y humedades inferiores al 30 % ) ha dejado una Península Ibérica asolada: una decena de fallecidos, miles de personas y familias evacuadas, centenares de poblaciones semidestruidas, empresas arruinadas y en torno a 500.000 ha. de masa forestal calcinadas.
Cuando aún arden fuegos fuera de control que han destrozado vidas, recuerdos e ilusiones, mucho más allá de desoladoras, complejas y penosas intervenciones para mitigar sus efectos devastadores y propiciar la mejor de las atenciones posibles a los miles de damnificados víctimas de la catástrofe, a la espera de las inmediatas –siempre lenta