En 2001 el periodista Manolo Fossati preguntó a Ángel Romero, párroco de la iglesia de San Miguel de Jerez, conocido por todo el mundo como el cura de San Miguel, si tenía algo de lo que confesarse. El sacerdote dio un respingo: “¿Confesarme?” Lo único que había hecho era invertir el dinero que los feligreses habían donado para el mantenimiento de la techumbre de la iglesia, unos 15 millones de pesetas, para que se multiplicara como los panes y los peces. Nada más lejos del pecado de avaricia. A más dinero, mejor techumbre.
Pero si los mercaderes que entran en el templo son unos pícaros de cuello blanco nos olvidamos de la techumbre. El párroco de San Miguel había caído en la trampa que inauguró el siglo de las estafas en España: Gescartera. Durante lo siguientes años se sucederían otr