Esta mañana leí la columna de María Andrea Kronfly, Al menos nos queda la ternur a, publicada también en esta casa editorial, y sentí en sus letras, las que desenterraban ese concepto bello y a la vez temido “del cajón de las palabras desechadas”. En ese momento, sentí también que los hermanos, o mejor, mis hermanos son TERNURA .
Cuando ya no está ese pegamento fundacional que son los padres, es menester de cada quien tomar su propio sendero ; decidir si sus caminos se siguen encontrando o también si se distancian con el paso del tiempo; lo cual, en ocasiones, es el paso al olvido involuntario (o voluntario porque los hermanos en ocasiones se des-hermanan).
Este fin de semana dos gestos me llevaron al sentimiento de ternura . El primero, las lágrimas de mi esposo en medio de una c