Es difícil entender por qué el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quiere ser amigo del dictador ruso, Vladimir Putin. Aunque Trump siempre ha tenido una debilidad por los hombres fuertes, igual Kim Jong-un, de Corea del Norte, que Viktor Orban, de Hungría, y Nayib Bukele, de El Salvador. Pero lo de Putin es de otro nivel.
Las credenciales de Putin como un dictador son inequívocas. Ha gobernado Rusia con mano dura desde 1999, con pocas interrupciones, tanto como primer ministro que como presidente. La libertad de expresión está muy limitada en el país, hay prisioneros políticos –el prominente líder opositor Alexei Navalny murió en una prisión en 2024–, y además de invadir partes de Ucrania en dos ocasiones (2014 y 2022) Putin ha sido acusado de crímenes de guerra.
En marzo del 20