Al aterrizar en Anchorage (Alaska), Vladimir Putin no tuvo que preocuparse por la orden de arresto emitida por la Corte Penal Internacional que pesa sobre él por la invasión de Ucrania. Cuando el avión presidencial ruso se detuvo, el pasado día 15, en la pista de la base militar estadounidense de Elmendorf-Richardson, al final de la escalera de embarque le esperaba una alfombra roja, saludos militares, la limusina presidencial de Donald Trump y el estruendo de los cazas del Ejército sobrevolando la base para darle la bienvenida. «Occidente vuelve a recibir a Putin como un jefe de Estado legítimo», informaba la televisión estatal rusa. Y no se equivocaba.
Era la primera vez, desde 2015, que el jefe del Kremlin pisaba territorio estadounidense. Y la primera visita a un país occidental des