Dicen que un cambio de aires viene bien para oxigenar la cabeza y el cuerpo. Están los que viajan de una ciudad desconocida a otra, en modo explorador descabezado. Como un crucerista que va sumando muescas a la culata de su revólver. Luego estamos los viajeros tranquilos, los que nos quedamos en un sitio y no nos movemos de allí: aburridos, lo sé. Mi mapa de viajera está repleto de ausencias clamorosas. No he estado nunca ni en Londres, ni en París, ni en Roma. En Berlín sí, cuando no tenía criaturas y el viajar era más asequible (oh, muchos añoramos Air Berlin y sus comodidades, entre ellas sus amplísimos asientos, que hoy serían considerados de primera clase). Algunos tenemos nuestro refugio en el norte, en un pueblín perdido. Allí tenemos nuestra base de verano y observamos el proceso d

See Full Page