No alberguen muchas esperanzas en la llegada de septiembre. El calendario ya muestra sus puertas, apenas quedan unos días, y siempre se dice que, abierto septiembre, atravesado el dintel que nos lleva hasta el otoño, la vida acelerada se cuela de nuevo y ya nada hay que nos detenga y probablemente nada que nos proteja. Creímos que agosto nos traería paz y sosiego. Hace apenas tres semanas fabulábamos con la posibilidad de alcanzar al menos un instante de lentitud, una tregua mediática, y, sobre todo, una tregua política. Pero en estos tiempos el sosiego es ya una quimera. Arde el monte y arde el discurso. Todo arde. El combustible de la demagogia extiende su poder ígneo: avanza con saña sobre los campos de la razón, contamina el aire y la vecindad, y resulta tan inextinguible como un fuego
Septiembre, tras la tierra quemada

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