Ser empresario no es un privilegio reservado a unos pocos ni una etiqueta que se hereda. Es, ante todo, una vocación que puede y debe cultivarse. No depende exclusivamente del capital o de un título, sino de una actitud ante la vida, del deseo de crear, de servir, de sostener, de arriesgar.

La empresarialidad implica asumir riesgos con responsabilidad, tener iniciativa y visión de futuro, actuar con ética y coherencia, y construir comunidad dentro y fuera de la empresa. No se trata solo de gestionar recursos o perseguir beneficios, sino de poner en juego la propia vida en favor de un propósito que trasciende lo individual: generar empleo, dignificar el trabajo, y contribuir al bien común.

Ser empresario es, en muchos sentidos, un acto de generosidad y de valentía. Porque no hay empresa q

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