La primera vez que Molly Kochan pronunció la palabra “metástasis” en voz alta, se miró al espejo y pensó que le estaba pasando a otra persona. A los treinta y ocho años, esta mujer enfrentaba una recaída de cáncer de mama con metástasis cerebral. Así la “normalidad” de su matrimonio, las risas compartidas frente al televisor y los paseos vespertinos con el perro pasaron a otro plano. La muerte se asomaba en el horizonte, y el deseo estallaba con una vitalidad inesperada.
La transformación ocurrió en silencio. El cuerpo que una vez le ofreció certezas se convertía ahora en un territorio de dolor. “¿Cómo vivir cuando sabés que vas a morir?”, le preguntó un día a su mejor amiga. Molly, hasta entonces educadora infantil, esposa y amiga risueña, sintió que la enfermedad invadía sus órgano