En el corazón palpitante de Palma , donde la piedra antigua se mezcla con el rumor de las terrazas y el aire salobre, se alza desde 1936 un tabernáculo que no es bar, sino institución: Bosch . No hace falta preguntar por la dirección; el propio paseo te conduce hasta su barra larga de madera y su terraza, donde el sol se posa como cliente fijo . Aquí han dejado huella políticos de bigote, literatos de verbo y futbolistas de postín. Y lo curioso es que todos, famosos o parroquianos de a pie, se igualan al acodarse en el mostrador.
El oficio lo marca la liturgia del llonguet, ese panecillo alargado con la humildad de un santo y la versatilidad de un tahúr . Se ofrece desde las primeras luces, cuando Palma bosteza, hasta las tardes de bulla en que el vermut pide compañía. Rellenos hay