Lo superficial, lo brutal, lo inmundo, lo impúdico, lo impío, lo pérfido y lo demoniaco han sido constantes en la historia de la humanidad. Sin embargo, en las sociedades alcanzadas por la revolución tendencial, o sea, en las sociedades en las que Dios está socialmente muerto, todas esas tendencias desordenadas, que son manifestaciones de la maldad, ya ni se condenan ni se repudian. Todo lo contrario. Se satisfacen y, por lo tanto, se multiplican.

Tal exacerbación de vicios ha producido revoluciones que se suceden en el tiempo, hasta conseguir, sin más, la universalización del mal y la destrucción del bien, o sea, la sustitución del hombre cristiano por el hombre amoral. En otras palabras: el hombre alcanzado por la revolución tendencial vive sin Dios y, en algunos casos, contra Dios

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