Cuando Valeria Rodríguez Fontenla viajó a Mendoza con su familia, antes de la pandemia, lo hizo con la ilusión de conocer la cordillera y vivir la aventura de un trekking adaptado en el parque Aconcagua. También quería recorrer el Cañón del Atuel y Cacheuta. Pero lo que parecía un viaje de descanso se convirtió en un aprendizaje sobre las barreras que todavía existen para las personas que, como ella, tienen discapacidad.
“Mi nena más chica tenía apenas dos años. Viajé con dos asistentes, contraté un servicio de taxis que decía tener unidades adaptadas y, al llegar al aeropuerto, nos dijeron que no podían usarlas por temas de habilitación y burocracia. Había vehículos accesibles , pero estaban parados, sin funcionar. La adaptabilidad era casi nula”, recuerda Valeria en diálog