Este verano, recorriendo la Costa da Morte gallega, asistí a una misa de peregrinos en la hermosísima iglesia de Santa María das Areas, en Finisterre. El cura era un hindú de raza casi negra que debía de haber nacido en Goa o en Kerala y que daba la misa en una extraña mezcla de inglés y de castellano que sonaba muy rara pero que quizá era el lenguaje más adecuado para una misa de peregrinos. Y a pocos kilómetros de allí, en Camariñas, me asomé una mañana al patio trasero del apartamento y vi a un africano muy joven trabajando con un rastrillo en el huerto de calabazas que había detrás de la calle. Y en el puerto de esa misma ciudad vi a la tripulación de un pesquero remendando redes en el muelle. La mayoría eran africanos a los que los viejos pescadores gallegos que aún faenaban en el mar
Los extraños

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