Todo huele a ceniza. En Chao da Casa, Quiroga , el incendio de Larouco dejó un olor imborrable y un silencio negro, roto apenas por el mugido de bueyes y vacas que buscan lo que ya no existe: hierba fresca . Los caminos están cubiertos de troncos caídos, las laderas ennegrecidas, y en cada curva aparece la huella de un fuego que no distinguió entre monte, prados o pinares.

Allí sobrevive una rareza en un rural gallego cada vez más vacío: más de 200 cabezas de vacuno libres en mil hectáreas de finca. " Como ves, están esperando todos a que les dé de comer ", dice Mario Nogueira, dueño de la ganadería, al tiempo que se acercan las reses que no entienden que el monte, el mismo que las alimentó siempre, se haya convertido en desierto.

Hasta el incendio de Larouco, apenas hacía falta

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