Las familias caen en la trampa de la sobreestimulación porque vivimos en una sociedad que valora la productividad. Nos sentimos más tranquilos si estamos "haciendo algo" y este ritmo frenético se ha trasladado al ámbito familiar, donde el tiempo libre de los niños se percibe como un problema a resolver.

Los talleres, deportes y clases extraescolares se convierten en una lista interminable de obligaciones, y el silencio de un momento sin hacer nada se interpreta como un fracaso. Nos convertimos en adultos a los que se nos dificulta conectar con nuestros hijos solo desde la presencia, como era antes de que la tecnología ocupe gran parte de nuestro hacer diario y nos distraiga de pensar en aquello que es esencial, ante la incomodidad de deber responder como padres o el miedo a hacer eq

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