Hay tantas pizzas como barrios en el mundo: el arte de llevar al horno una masa con salsa de tomate, queso y otros ingredientes se ha vuelto tan diverso que se hace difícil comparar a una pizza de Nápoles, puerto donde se inventó esta maravilla, con otra de Chicago, más parecida a un pastel, o con una de la Plaza de Armas de Santiago, de miga espesa y queso gouda.
Pero los italianos, obsesivos con su tradición culinaria, establecieron una diferencia para que no se confundiera su pizza, la vera pizza napoletana, con el resto de blasfemias que se venden con ese nombre alrededor del mundo. En 1984, un grupo de pizzaioli de Nápoles creó un Estatuto Internacional, una especie de tabla de la ley en la que se define qué es (y qué no es) una verdadera pizza napolitana.
“La verdadera pizza napoli