Detrás de la pantalla , una simple consulta a uno de los distintos modelos de inteligencia artificial implica electricidad, agua y emisiones de gases de efecto invernadero . Es como si cada pregunta encendiera una ciudad entera por un instante. Aunque de manera individual ese gasto parece mínimo, multiplicado por millones de interacciones diarias se convierte en una huella ambiental imposible de pasar por alto .
Lo cierto es que el interés por medir ese impacto creció al ritmo de la expansión de la inteligencia artificial generativa. Hoy, distintas investigaciones comienzan a ponerle cifras concretas a lo que hasta hace poco era apenas una percepción: que el costo ambiental de estas herramientas es mucho mayor de lo que la mayoría de los usuarios imagina.
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