Tengo un amigo que nunca te dice dónde ha estado de vacaciones. O, mejor dicho, que nunca da cuenta del lugar físico en el que ha pasado el verano. Porque si le preguntas, como hago cada vez que nos volvemos a encontrar en septiembre, compartiendo un café, te responde hablándote de las lecturas en las que ha estado inmerso. Y lo hace como si, en efecto, hubiese viajado a ellas. He estado en Dumas, me dijo el año pasado. Había dedicado el mes de agosto a leer completo el ciclo mosqueteril, que consta de tres títulos: Los tres mosqueteros, Veinte años después y El vizconde de Bragelonne, este último de una extensión imponente. Eché cuentas y sí, prácticamente no había hecho otra cosa que leer y leer las andanzas de D’Artagnan y sus compañeros. Otra vez me aseguró haber estado en el Gabo, en

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