Con una trayectoria marcada por reconocimientos como la Beca Guggenheim (1966), el Segundo Premio en la Bienal de Lima (1968) y el Primer Premio en el Concurso de Pintura de la Colocadora Nacional de Valores en Chile (1975), Yrarrázaval ha consolidado un lenguaje pictórico único a partir de la representación de rostros anónimos y presencias tensas, atravesadas por la soledad. Su pintura adquiere un tiempo espeso y demorado, que se acumula y resiste al olvido.

Tal como señala el curador, Antonio Echeverría: “Su obra formula una artificialidad arcaica, donde la representación insiste en acercarse a un otro simulado: figuras anónimas y desplazadas, cuyas identidades se extravían en la tela. Estas imágenes permiten trazar una arqueología de las masculinidades: presencias rígidas y misteriosas

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