Por Laura Maldonado (*)
Sintió la rueda dentada contra su pulgar derecho. Una, dos, tres veces. Pausa. Otra vez. Uno, dos, tres. Uno por Abril, dos por Ezequiel, tres por ella. Mirar la llama del encendedor la hipnotizaba. El fuego le daba miedo, pero a la vez la atraía. Su mamá siempre decía que debía encontrar la fuente del humo. Pero en el ambiente había una mezcla de olor a nafta con carne quemada. Aún podía escuchar el sonido de la grasa chamuscada. Y no pudo evitar recordar ese mismo ruido cuando su mamá preparaba la grasa de pella que luego utilizaría para hacer tortas fritas. Pero esta grasa no era igual. No era buena grasa, la carne quemada tampoco era buena. Siguió jugando con el encendedor. Ahora sólo quedaba esperar a que la policía llegara. Habían pasado unos veinte minutos d