Bajo la tenue luz de una noche reciente, entre las conversaciones y risas de una celebración, Jorge sintió un calor en el pecho que lo transportó de inmediato varias décadas atrás. Todo se debía a la presencia de Marcela , la protagonista de un vínculo que se teje lentamente a lo largo de casi treinta años, con pausas y en el que el azar siempre parece tener la última palabra.

Corría el año 1995 cuando Jorge, un adolescente tímido de 15 años, aceptó a regañadientes la invitación de su hermano tarjetero para ir a un boliche llamado Sem. Poco aficionado a la vida nocturna, Jorge no sospechaba que esa noche sería el comienzo de una historia que marcaría el resto de su vida. Fue allí donde vio por primera vez a Marcela, de 14. “En ese instante todo mi alrededor desapareció . Su pelo neg

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