La generación que hoy cuenta entre sesenta y cuarenta años y se paraliza bajo la sombra de las nuevas tecnologías, antes cantaba eso de que “el futuro llegó hace rato”, creyendo estoicamente que el delirio profetizado por el cyberpunk de un porvenir sin esperanza se había hecho presente. Pero, como dice Ursula K. Le Guin si “en el corazón de toda distopía late una utopía”, aún prevalecía la fe de un amanecer brillante, buscado, perseguido y a la vez peligroso por su temeridad. Parafraseando a García Lorca, querer arañar la luna, implica arañarse el corazón.

El futuro no es una promesa pero tampoco una amenaza, y tampoco es futuro. Es un presente colonizado por la imaginación de otros. Lo que durante décadas llamamos ciencia ficción hoy se ha vuelto costumbre doméstica, incrustado en nuest

See Full Page