Hace ya muchísimo tiempo, la última vez que invertí un verano entero inventariando los títulos sin leer de mi biblioteca, llegué a una inquietante conclusión matemática: podría dejar de comprar libros durante aproximadamente tres años y, aun así, seguiría teniendo alguno pendiente de empezar. Por supuesto, la constatación aritmética de mi propia debacle consumista me hizo sentir mal conmigo mismo y por ello hice, por mi salud mental, lo más responsable que cualquier adulto habría hecho en mi lugar: dejé de inventariar mi biblioteca. Eventualmente los leeré todos, no tengo duda de ello, así que el desvanecimiento de mi sentimiento de culpa es una mera cuestión de tiempo.

Aun así, mi Síndrome de Diógenes personal desvela un tema muy serio que seguramente abordaremos en otra ocasión y es que

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