A finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, mientras en las estaciones de radio tocaban a los Hombres G, Timbiriche y Flans, en Paseo de Montejo había una pizzería que encantó a muchos yucatecos por su sabor, pero más por su decoración.

Ambientado como un castillo medieval, con todo y armadura y pozo de los deseos (muchas veces tiré una moneda, sin suerte), El Gato Pardo, propiedad de Luis González Molina y Martha Ponce Quintana, era uno de los lugares favoritos de las familias yucatecas para cenar el popular platillo napolitano.

Además de deliciosas pizzas, su pan con ajo no era como el que se elaboraba localmente entonces (pan francés embarrado con una mezcolanza grasienta), sino unos esponjosos panecillos con apariencia de merengue barnizados con aceite

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