Así como las estaciones influyen en los productos de temporada, también lo hacen en nuestros gustos y costumbres a la hora de descorchar una botella. Tras los meses estivales, en los que predominan los brindis junto al mar y las copas ligeras en terrazas y chiringuitos, el otoño abre paso a un cambio natural en la manera en que disfrutamos del vino. No es solo una cuestión de clima: se trata de una evolución cultural, emocional y sensorial que acompaña el regreso a la rutina, a los sabores más intensos y a la calidez de la bodega.
Vinos estivales
Durante el verano, el vino se viste de ligereza. Los consumidores buscan frescura, baja graduación alcohólica y aromas frutales que acompañen comidas ligeras y desenfadadas. En Canarias, por ejemplo, los blancos elaborados con Listán Blanco