Un evento puede ser impecable en su organización, tener un catering de lujo, pantallas ultramodernas, diseño y deco increíbles, y una agenda perfecta… y aun así no dejar huella.
Porque lo que hace que la experiencia sea memorable no es sólo lo que se ve, sino lo que se siente.
En todos estos años acompañando a empresas, líderes y facilitadores, pude comprobar una y otra vez, un aspecto clave: los eventos que transforman no son los que mejor se planifican, sino los que mejor se viven.
Y para eso, hace falta más que estructura: hace falta alma.
Diseñar eventos con alma no es solo pensar en logística, sino en propósito. Es preguntarse ¿Qué queremos que experimenten los participantes? ¿Qué emoción queremos que circule en la sala? ¿Qué mensaje tiene que ser vivido, no solo escuchado?
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