Venecia
Un festival debe acoger ese cine que incomoda, que divide, que molesta, que emociona y que genera eternos debates. Un cine que suele ser escaso en nuestros días, cuando todo parece hecho para agradar al mayor número de personas y conseguir así una más rentabilidad. Por eso es tan importante cuando aparece un filme que se sale de esa lógica mercantilista, que nos lleva a otros lugares y que nos obliga a revisar incluso nuestros propios postulados. Faltaba en esta edición de Venecia este tipo de películas. Hasta ahora, la sección oficial ha sido correcta, con títulos interesantes, bien definidos, pero sin mucho riesgo, ni demasiada emoción, quitando a Sorrentino. Hasta que ha llegado Mona Fastvold con El testamento de Ann Lee, un musical sobre una líder religiosa que compite por