En 1492, la conquista del reino nazarí de Granada fue celebrada con júbilo en toda la cristiandad. Era la respuesta a la toma de Constantinopla por los turcos cuarenta años antes. Pero para los Reyes Católicos, artífices de esa victoria, la guerra contra los infieles no había concluido.
Isabel y Fernando estaban decididos a llevar la guerra al continente africano, aunque por motivos distintos. El pragmático rey de Aragón necesitaba asegurar el flanco sur para que los piratas berberiscos no perturbaran las rutas comerciales que unían sus posesiones españolas e italianas; para Isabel pesaba la lucha contra los infieles.
Tras la exitosa toma de Melilla (1497), se iniciaba la ejecución de un ambicioso plan que perseguía conquistar las principales ciudades del norte de África para erradic