El Hospital de Nazareth no solo es una institución sanitaria en crisis, sino un espejo de la negligencia nacional; es el símbolo más descarnado de la corrupción estructural, la indolencia política y la complicidad ciudadana que se juntan para crear tragedias humanitarias evitables. La intervención forzosa de la Supersalud identificó hallazgos graves que incluyen desde la falta de control de medicamentos hasta ausencia de información contable confiable, siendo la manifestación tardía de un problema que lleva décadas gestándose.

Pero señalar únicamente las fallas administrativas sería quedarse en la superficie de una problemática mucho más profunda: la actitud cómplice de una sociedad que ha normalizado el saqueo de los recursos públicos, convirtiendo la salud en moneda de cambio electoral.

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