Ya no hay aires de agosto. Ahora, en Medellín, puro sol de septiembre que, cuando la mañana rozaba el mediodía, picaba fuerte al contacto con la piel de Luis Felipe Uribe, Sebastián Morales, Daniel Restrepo, todos con los dorsos expuestos, cuando se paraban en el trampolín de clavados de un metro del Complejo Acuático César Villa Zapata.

Silencio. Los deportistas concentrados, sumidos en sus pensamientos, calculando que los pies quedaran precisos en la punta de la tabla cuando debían saltar una, dos, tres veces, hasta que las piernas tuvieran tanta fuerza que el cuerpo pudiera estar en el aire –máximo dos metros– para dar varios giros y entrar, con el cuerpo recto, a la pileta de clavados.

Todo en pocos segundos. Tal vez tres. Quizás cinco. Es difícil de calcular, a vuelo de pájar

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