En los años dorados del espectáculo estadounidense, cuando la lucha libre era un fenómeno que llenaba estadios y generaba estrellas más rápido que la industria del cine, un rostro distinto comenzó a despertar tanto asombro como ternura. No era un galán de Hollywood ni un campeón musculoso de sonrisa perfecta, era Maurice Tillet , un luchador francés de cuerpo robusto y cabeza prominente, apodado “El ángel francés”. Aunque su apariencia fascinaba, lo que realmente lo convirtió en leyenda fue su historia.

Llegó a los Estados Unidos justo antes de la Segunda Guerra Mundial, huyendo del conflicto europeo y de sus propios fantasmas: una extraña condición médica había transformado lentamente su rostro y cuerpo. En una sociedad obsesionada con el espectáculo y la apariencia, Maurice irrump

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