El presidente de la República Popular China, Xi Jinping, se lució como maestro de ceremonias en Pekín, recibiendo ayer al líder norcoreano Kim Jong Un para una cumbre bilateral que no se veía en casi seis años, tras un banquete de lujo. Y, como si fuera poco, Vladimir Putin se sumó previamente a los eventos, entre ellos un colosal desfile militar que parecía sacado de una superproducción. Entre sonrisas, apretones de manos y manjares, el cónclave de Kim revitaliza una alianza forjada en las cenizas ideológicas de la posguerra, e ilumina las complejidades de una region donde las lealtades históricas se entretejen con las exigencias de un mundo multipolar en efervescencia.

El Gran Salón del pueblo fue testigo del esfuerzo deliberado del Reino Ermitaño por recalibrar su arquitectura de apoyo

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