En marzo de 2011, cuando tres reactores se fundieron en la central nuclear Fukushima Daiichi, a unos 64 kilómetros de su casa, en el norte de Japón, ella era una estudiante de secundaria. Como vivía fuera de la zona de evacuación, siguió su vida como siempre, salía de compras e iba a la escuela en bicicleta.
Cuatro años después, una prueba le detectó un tumor maligno en la tiroides, una glándula en el cuello que se sabe que es vulnerable a las partículas radiactivas que se liberan durante un accidente nuclear. Pero cuando recibió el diagnóstico, un médico le dijo inmediatamente que el tumor no estaba relacionado con la catástrofe.
Se preguntó cómo el médico podía juzgar eso sin hacer más revisiones. (La joven, que ahora tiene 20 años, pidió que no se utilizara su nombre porque se ha enfr