La escuela de la vida se ubica lamentablemente en el seno mismo de la misma escuela, donde aprendimos a leer, escribir, jugar y también a marginar, acosar o ningunear. El más extrovertido se erigía como líder, haciendo y deshaciendo a su antojo las relaciones sociales que en aquellos tiempos se iban estableciendo. Era fundamental que el maestro vigilante o los padres atentos hubieran prestado mucha más atención a estos inicios. Por desgracia, se siguen repitiendo los mismos patrones. Es lógico pensar que cada niño actúe según su carácter o personalidad; pero no es lógico que, porque este o aquella posean un carácter fuerte, le otorguemos la miserable conmiseración de poder acosar o maltratar a quien le apetezca. Perdón por la paradoja. Por cuestiones de supervivencia emocional los timidill

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