Hubo un tiempo en que la política española sonaba a coro. Los barones territoriales —hijos del Estado autonómico— modulaban la partitura de los grandes partidos y filtraban Madrid por el tamiz de sus realidades. Hoy, esa baronía se ha deshilachado hasta rozar la irrelevancia. En el PP, Génova dicta y los territorios asienten. La única excepción, Isabel Díaz Ayuso, no actúa como baronesa clásica: juega a liderazgo en paralelo, con pulsión nacional y ambición latente. Fuera de ese caso, la verticalidad manda. En tiempos de Aznar y Rajoy, la conversación era más áspera y fecunda: los Feijóo de entonces, con obra y territorio, ayudaban a definir las políticas desde el suelo que pisaban. Esa fricción casi ha desaparecido.

En el PSOE el fenómeno es más acusado. La ingeniería interna ha desemb

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