En una Vuelta donde el contexto se está imponiendo al contenido , se agradece la llegada del mito moderno del Angliru. Desde 1999, la cota asturiana se identifica con la ronda española como el Tourmalet se hermana con el Tour de Francia. El Angliru, con sus doce kilómetros de ascensión , sus cuervas serpenteantes y el embrujo de su cima, frecuentemente habitada por la niebla y la lluvia, nos devuelve al ciclismo de raza y de pureza.

Un escenario ideal para la batalla que no se está librando. La victoria en el Angliru no se regala. No caben fugas consentidas. No se concibe el regalo. La gloria del maillot rojo precisa de su coronación en la cima, convertida en el símbolo de la carrera. Vingegaard conoce el escenario. Su, por entonces, compañero de equipo, Primoz Roglic, le arrebató e

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