El hombre de 96 años estaba parado frente al estrado, esperando su sentencia. Había incurrido en exceso de velocidad al pasar frente a una escuela, y el dato era inapelable. Sin embargo, no recibió ni condena ni multa. ¿Por qué? El juez se puso en sus zapatos, como le gustaba decir, y entendió sus razones: el hombre iba rápido porque llevaba al hospital a su hijo, enfermo de cáncer.
Es el tipo de fallos que le valió a Frank Caprio el apodo del juez más amable del mundo. Oriundo de Rhode Island, Estados Unidos, en más de 35 años de oficio, Caprio practicó lo que llamaba justicia de la compasión. Su estilo a la hora de los fallos, generalmente en faltas menores o situaciones de la vida diaria de gente con dificultades económicas, enfermas, o en contextos difíciles, le habían dado una enorme