“Ser mujer, ser indígena y ser pobre es lo peor que te puede pasar en la vida”. Eso dijo Layda Sansores, gobernadora de Campeche, hace unas semanas. Sus palabras desataron indignación, y no es para menos, porque no solo ofenden, también son reduccionistas y, sobre todo, reveladoras. Revelan la mirada de quienes gobiernan y todavía piensan que nacer mujer, indígena y pobre es una maldición inevitable.
La frase de la gobernadora nos deja ver el prejuicio enquistado en la política mexicana. Porque no se trata solo de una opinión desafortunada, es el reflejo de una visión que ha justificado la desigualdad durante generaciones.
Es más cómodo para los gobiernos pensar que ser mujer, indígena y pobre es un destino trágico, que aceptar que la tragedia es la falta de voluntad para garantizar un p