La memoria es caprichosa y me lleva hasta el Roland Garros del 2020, torneo postpandémico y en otoño: una rareza.

Es noche cerrada, casi las once, cuando Rafael Nadal y Jannik Sinner aparecen en escena. Hace un frío que pela en el Bois de Boulogne y Nadal ya es un coloso y Sinner, un desconocido de 19 años, un tirillas italiano, pelirrojo y con cara de niño que a duras penas cabe en el Top 50 mundial.

El coloso y el niño pelean por los cuartos de final del torneo ante una grada aterida e irreconocible y las cosas no van como debían ir, qué extraño es este Roland Garros.

(Todos contemplamos los episodios protegidos con mascarillas, con doble espacio entre pupitres).

Sinner no se arruga, no se agarrota ante la Nadalidad . Le planta cara a la leyenda, juega como un tenista maduro y a

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