El libro póstumo que ahora se nos entrega no es sólo la realización tardía de un proyecto inconcluso, sino, paradójicamente, su realización más cabal. Porque si algo se juega en Lugares es precisamente la tensión entre lo que puede fijarse por escrito y lo que inevitablemente se pierde: la memoria como resto y la ciudad como ruina viva.

Perec, en una carta a Maurice Nadeau, anunciaba este proyecto como parte de un “vasto conjunto autobiográfico monstruoso”. La elección del adjetivo para describirlo no es accidental. Como apuntaría Blanchot, lo monstruoso en literatura no es lo anómalo sino lo excesivo, lo que desborda los marcos de lo representable. Lugares, con su estructura basada en la permutación rigurosa de doce sitios vinculados a su biografía parisina, intenta encerrar el tiempo en

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