Reducir el argumento de una novela a una única frase o a unas pocas líneas puede resultar un alarde de simplificación; mayor temeridad sería reducirlo a la feliz elección de su epígrafe. Aun así, el lector precipitado puede mantenerse en sus trece y no salir del todo mal parado: un texto se refleja en su epígrafe en la medida en que éste da en el blanco. Es el caso.

Nunca supe cuál era el sabor de una anguila eléctrica , la primera novela de Florencia Gutman, es un ejercicio de la memoria sin rencores y sin pases de facturas, una autobiografía camuflada entre los colores y el follaje de la literatura, un diario de vida escrito sobre los altares y el gesto ampuloso del manifiesto generacional y una historia de exilios y desarraigo que (sin embargo) no concede del todo su encanto melancóli

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