Desde que tengo experiencia periodística me pregunto casi diariamente por qué el ser humano, decisivo en la transferencia histórica del conocimiento, es capaz de matar sin compasión y paliativos. Me pregunto si el gusto por el acto de matar es cultural, proviene del aprendizaje o está inserto y escondido en nuestro ADN. El debate moral, ético, cultural que se plantea sobre la costumbre de matar puede ser apasionante, pero a mí me produce miedo por la capacidad que tenemos de justificar o autojustificar todas nuestras maneras incorrectas de actuar.
Durante décadas he visto matar sin contemplaciones. Al principio, regado por una inocente creencia de que no todo estaba perdido, pensaba que los que matan son personas que carecen de empatía. Buscaba monstruos y me empecé a topar con personas n