«No estamos de acuerdo con la presencia militar y, de ser necesario, volveremos a luchar por nuestro pueblo».
Andrea Malavé vive en Vieques, una isla municipio del este de Puerto Rico donde la Marina de Estados Unidos realizó ejercicios con munición viva durante más de 60 años.
Dos décadas después del cese de esas operaciones, Malavé, de 26 años de edad y trabajadora de varias ONG, asegura que entre los locales persiste una profunda preocupación.
Temen que los recientes despliegues militares de EEUU en el Caribe, parte de la estrategia del presidente Donald Trump contra el narcotráfico, traigan de vuelta a los soldados a su comunidad.
Y con ellos, los entrenamientos bélicos cuyas secuelas aún afectan a los viequenses, interrumpidos sólo tras un estallido social a finales de los años 90