Antiguamente, en los pueblos cualquier visita de un forastero se convertía, inmediatamente, en un evento excepcional. Traía nuevas de un al que, la mayoría, jamás había viajado. Rompía la monotonía y permitía entender mejor quiénes somos al descubrir similitudes y diferencias entre el forastero y nosotros. La globalización ha acabado con esa magia, pero otra muy parecida sigue viva entre los astrónomos. Porque nuestro sistema solar es poco más que un pueblo en la inconmensurable escala del cosmos. Un pueblo relativamente aislado, poblado por una serie de planetas, satélites y cuerpos menores que orbitan al Sol y, en el fondo, son todos hijos de . Vivimos en la rutina de sus órbitas cerradas, en un eterno retorno que solo rompe la visita de , como es el caso de 3I/ATLAS.

Para cono

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