Por José Guadalupe Rocha Esparza

Mi abuelo, al tomar café, me hablaba de don Benito y de don Porfirio; del idólatra de la ley y la esfinge del patriarca; de los zuavos y los plateados; de Maximiliano de Habsburgo y Lerdo de Tejada; de Prieto e Ignacio Comonfort; de Miramón y González Ortega; del Tigre de Tacubaya y el Tigre de Álica; de Pezuela y Zuloaga. Y el mantel olía a pólvora.

Mi padre, al tomar la copa, me hablaba de Zapata, charro entre charros, integérrimo general y de Villa, ángel y fierro, de bandido a redentor y del Centauro fílmico; de Rodolfo Fierro y Felipe Ángeles; de Soto y Gama y los Flores Magón; del apóstol Madero y Huerta el chacal; de Carranza y Obregón; del sombrío Plutarco y el Lázaro zorro. Y el mantel olía a pólvora.

Mis hijos, al tomar el té, me hablan de La B

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