En 1588, Felipe II, rey de España, envió a su llamada “Armada Invencible” a luchar contra Inglaterra para proteger los intereses del imperio y asegurar las rutas marítimas. No solo enfrentó a la armada enemiga: también a los vientos y tormentas del Atlántico, que terminaron hundiendo naves antes de alcanzar puerto seguro. La historia recuerda esos hechos no solo por la derrota, sino por la lección que dejó: ni la mayor de las fuerzas sirve si se pierde el rumbo cuando cambian el viento y el mar, y no se han anticipado las tempestades.
Hoy, los líderes empresariales navegamos en un océano igualmente agitado. Y no basta con contemplar el horizonte: hay que sostener la brújula y tomar decisiones que nos lleven al mañana que necesitamos. Las aguas globales están movidas: conflictos armados, a